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● «En medio de la aburrida monotonía de los vinos actuales, en su mayoría buenos pero iguales, aparece un microcosmos diferente y seductor: Canarias»


PRÓLOGO
Los vinos del alisio
Por JOSÉ PEÑÍN
Fundador de la ‘Guía Peñín de los mejores vinos de España’

Si miramos el mapa, la latitud planetaria de Canarias es contraria a la producción de vinos. Por un lado, se trata del viñedo más meridional del hemisferio norte y, por otro, se halla bajo la influencia anticiclónica y desértica del Sahara. Por tanto, ninguno de estos elementos hace pensar que sea el lugar adecuado para cultivar viñas y, mucho menos, vinos de calidad. Entonces, ¿cuál es el milagro para que la vid vegete en su esplendor? ¿Cuál es la razón de que sus vinos estén más cerca del estilo atlántico europeo incluso que los peninsulares? El prodigio se llama alisio. Una extraña meteorología de una corriente fría de aguas profundas del océano que “choca” con unos suelos de temple africano y que generan nubes domésticas. Un influjo húmedo y fresco casi permanente, capaz de convertir unas islas volcánicas con escasa pluviometría en un vergel, donde la viña crece con los elementos más amigables para la planta: la humedad y una temperatura no superior a 30º.

En medio de la aburrida monotonía de los vinos actuales, en su mayoría buenos pero iguales, aparece un microcosmos diferente y seductor: Canarias. En las islas se produce la difícil conciliación de una Naturaleza que sobrevive entre el universo ocioso del turismo y una agricultura con ciclos muy especiales. Por su clima, casi podría ser un Paraíso Terrenal donde a lo largo de su historia se han propiciado toda una serie de cultivos cíclicos, desde la caña de azúcar, pasando por el plátano, hasta la vid que, en la actualidad, resurge con ilusión desde aquel Canary británico del siglo XVIII. Hoy nos encontramos con una viticultura más enraizada al quehacer humano que a la instancia del mercado colonial de antaño. Y para mayor singularidad, en Canarias comienza la vendimia antes que en ningún lugar de Europa: nada menos que en julio.

Si recorremos el paisaje vitivinícola de Canarias, descubrimos el carácter mediterráneo y silvestre de Anaga, el árido de Abona y las altitudes alpinas de Vilaflor en Tenerife, o el clima atlántico de Tacoronte-Acentejo, o el del Valle de la Orotava. El valle de Güímar es intermedio entre atlántico y mediterráneo, así como el de Ycoden-Daute-Ysora. Si saltamos a Gran Canaria, encontramos los mismos contrastes que en Tenerife, con la salvedad de que la calidad está un poco adormecida en relación a los tinerfeños. Respecto de Lanzarote, existe otro extraño fenómeno único en el mundo: la supervivencia de unas vides que sólo se alimentan hídricamente del rocío, ya que apenas llueve y el alisio es un viento húmedo en un cielo sin nubes. En cuanto a la isla de La Palma, la humedad y la altitud producen un carácter mucho más silvestre, pero no menos atractivo de sus vinos. La isla de El Hierro, todavía con unos vinos de postín por hacer, presenta un futuro para vinos minerales y aún más exóticos, al tiempo que la isla de La Gomera es un viaje al pasado de viñas y vinos aún campesinos y casi intocables, semejantes a los que encontré en casi todos los lugares en los años setenta del pasado siglo.

La constitución volcánica de sus suelos mezclados con las arcillas propias y las arenas de los vientos saharianos trazan una diversidad única de terruños. Son las arcillas rojizas de Gran Canaria, Tacoronte y Valle de la Orotava; algunos suelos de pizarra, arcilla y de ceniza volcánica como los de El Hierro, las alturas de Güímar y La Palma, el jable, una arena blanquecina que se prodiga en algunos riscos de Abona y el lapilli de Lanzarote. Otro factor diferencial son los viñedos. En su mayor parte son prefiloxéricos, el único lugar de Europa que se libró, de un modo general, de la filoxera que asoló al viñedo europeo a finales del siglo XIX. Una viña de tinte medieval que se caracterizaba por la dispersión y gran número de castas, muchas de las cuales han desaparecido en la Península. A estos valores se añade un extraño cultivo de las cepas que en nada se parece a la foto universal de la espaldera y el vaso. Las estacas movibles de Tacoronte nada tienen que ver con las viñas trenzadas de La Orotava o La Palma. Las cepas de listán, negramoll o vijariego eran uvas que ilustraban la Agricultura General que el toledado Gabriel Alonso de Herrera escribió en 1513. Y por si hubiera alguna duda, el viajero inglés Brown, en su guía Madeira and the Canary Islands editada en 1898, describía las mismas variedades que hoy se cultivan en las denominaciones de origen de Canarias.

El paisaje natural y el paisaje humano no han cambiado y eso ya es una originalidad. Por todo esto, cuando leas los 100 vinos imprescindibles de Canarias, no te limites a percibir el retrato de la botella y la lectura de su contenido, sino que tu pensamiento trascienda a los fenómenos naturales que han hecho posible la creación de unos vinos singulares, en unas islas a pocos kilómetros del desierto más grande del mundo.

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